lunes, enero 02, 2006

Momentos de aprendizaje

La semana pasada, justo después de las fiestas navideñas, volví a Madrid por trabajo. No me he podido permitir ni unos días de descanso, y encima este año todo ha pillado en fines de semana, así que el viernes 30 estaba tan hecho polvo, que el 31 perdí el avión que tenía que tomar a las 8 y media de la mañana, para pasar el fin de año en Barcelona. Es algo que no me esperaba, que no me había pasado antes, y que posiblemente me vuelva a pasar…pero que en el momento de darme cuenta me despreocupó totalmente, y me pareció deliciosamente irresponsable. Unas cuantas horas más tarde cogí el autobús, sin que me importaran mucho las 7 horas, pensando que después de todo esas horas extras en la cama las compensaban.
Hay quien dice que todo nos pasa por algo, y que cada momento es un momento de aprendizaje. Quizá el viaje en autobús me tocaba para que me sentara junto a una señora deshecha, que iba a Barcelona para estar con su hermano el día de fin de año, porque ese y no otro era el día en que su sobrino empezó a agonizar, justo para no ver nunca el año 2006, y dejarles a ellos aquí para recordarlo cada año nuevo. Así que mi último pensamiento del año fue para ellos ( el sobrino era, al fin y al cabo, el que menos lo iba a notar), y para nosotros, que estamos aquí.

Por supuesto nada de eso me puso trascendente, ni más melancólico de la habitual, y de mi casa, a casa de unos amigos, y de allí, previo saqueo de su whisky, al Razzmatazz. Con Gerard, con Álvaro y Virgili, con Neus, con Paco y su novia, Hazcaso pinchando y nosotros girando, bailando, saltando y bailando más. Cuando acabamos allí nos fuimos con Paco a una fiesta en una galería de arte cercana, al más puro estilo fiesta de amiguetes, con vasos de plástico y copas a tres euros, mientras unos modernos ponían música en una mesa. Cuando ya el sol entraba a raudales, y después de contemplar la última cutrez promiscuo-homosexual, me metí apresuradamente en el metro, ansioso por estar en mi casa, con mi familia a tiempo del Concierto de Año Nuevo. Esa es una de las cosas que intento no perderme nunca, y es tradicional que mi madre nos despierte el día 1, independientemente de la hora a la que nos hayamos acostado, al ritmo de alguno de los valses de Strauss. Este año no hizo falta despertarme, porque entré por la puerta al compás del 3 por 3, mi hermano ya había llegado, y hasta vino mi hermana desde su casa, con una pamela enorme de gomaespuma que el regalaron en la cena. Como siempre, en la Marcha Radeztky, aplaudimos todos por el año nuevo

Después de comer el cuerpo no me dio para más, y dormí hasta las 9 de la noche. Creía que me iba a cambiar el horario, pero ni por esas; a las doce dormitaba en el sofá.

Hoy he trabajado al ralentí, en el estudio de Barcelona; aunque la mitad de agobiado que los fumadores, claro.
Tenemos por delante la tediosa tarea de decidir cómo solucionamos la animación de unas escenas de multitudes de la película: si por animación tradicional y ciertos trucos ( duplicar niveles ad infinitum, usando imágenes especulares para dar la sensación de animaciones diferentes…) o usando animación por ordenador, que quizá nos proporcione multitudes más completas, pero a costa de tener que construir los personajes en el ordenador, encontrar animadores solventes y sobre todo no salirnos del presupuesto. Un rollo de día, vamos.
Lo bueno es que he quedado por la tarde con Núria y Paul, que han venido a pasar el fin de año con la familia en Barcelona, y he visto a su hijo Joseph, que tiene 7 meses. No sé qué le pasaba conmigo, pero se me tiraba encima y se descojonaba de risa, sin apenas conocerme de nada. Hasta me ofrecía un poco de su galleta de arroz. Claro que a cambio quería beber de mi cerveza, el jodío.
Aparte de jugar con el crío, hemos hablado de Londres, como siempre que quedamos, y me ponene al día de lo que ha pasado en la capital. me han recomendado que me compre los dvds de una serie que terminó ya, Little Britain, una parodia sobre típicos ingleses pintorescos. Me aseguran que es de partirse, aunque no sé si fiarme, porque ellos son más de Mujeres desesperadas, que me parece un coñazo, y no les gusta Lost. Luego hemos hablado de trabajo, y yo les he hablado de mis veleidoso planes de futuro, y de la posibilidad de trabajar otra vez en el extrangero una vez acabe la película. Les he querido regalar algo de la cultura autóctona que no tuvieran y que me gustara que se llevaran a Londres, y aunque hay pocas cosas que cumplan esos requisitos, al final les he comprado Casualidades, el disco de Miqui Puig, y la última novela de Javier Cercas, La Velocidad de la Luz

Acabo el día actualizando el diario en el mac, mientras en otra ventana veo All I Want, un dvd sobre Rufus Wainwright, que siempre va muy bien para la melancolía propia de los días después de las noches de fiesta, y el amargo aprendizaje que, a veces, éstas proporcionan.