El amor es más frío que la muerte
El miércoles, muy tempranito, estaba con Víctor y Adri, los directores de la peli, en el aeropuerto del Prat. Teníamos que pasar tres días en París, visitando a los coproductores, y a los animadores que iban a trabajar desde allí.
Nada más llegar a Charles de Gaulle, tomamos un taxi. Yo iba muy feliz, porque íbamos enviados por la productora, y corría con los gastos; si no, de qué iba a llegar al centro de París en taxi. Siempre había tomado el RER (esto de trabajar con un animador argentino me está haciendo olvidar la palabra “coger”), y pensaba que iba a ser un lujazo...hasta que nos pasamos más de una hora para atravesar todos los atascos. París –en ese aspecto, ojo!- es como cualquier otra ciudad... Lo bueno es que os permitió hacer tiempo para ir teniendo hambre, porque si no, nos tocaba comer a las doce y media. Así que sobre la una y media caía el primer steak tartar, el plato que siempre cae cuando voy a Francia.
Después de comer, tuve que dar una charla a los animadores sobre la personalidad de lso protagonistas, la manera de moverse, y cómo dibujarlos. Habían pedido prestado el espacio de la galería de arte de un amigo, y en el almacen ( una bóveda muy fresquita) estuve charlando, rodeado de cuadros. El caso es que, entre que con el horario de comidas europeo a tarde te cunde mucho más, y no teníamos referencia horaria por la luz del sol, dentro de la bóveda, pues estuve charlando como tres horas, y pringándome de tinta con la porquería de los rotuladores vileda. Menos mal que hicimos un receso para tomar un poco de champán, por eso de celebrar el inicio de la peli. Después de las copillas, un poco más suelto, acabamos la conferencia.
Al salir, todavía con las maletas, estaba hecho polvo. Cuatro horas charlando en inglés te dejan muertito. Pero por lo visto a la gente le acaró muchas dudas, y los directores se quedaron encantados. Para recompensarme, me dejaron elegir el restaurante de la cena.
Por fin llegamos al hotel, que desde la madrugada andaba en danza. Una ducha, y ratito en la cama mirando al techo, y listo para salir, que me moría de ganas de disfrutar de la ciudad. El hotel estaba en Pigalle, muy cerca del Moulin Rouge, y pensábamos cenar cerca del Louvre, tocando al Pont Neuf, así que nos paseamos desde el norte de la cidad, hasta la orilla del Sena. Había sido un día precioso, y el atardecer era muy limpio y muy fresquito. Bajamos tranquilamente hasta la Opera, las Galerias Lafayette ( soy muy fan de los grandes centros comerciales parisinos, y luego hasta la calle Rivoli, con el Louvre, y la Comédie Françoise. Por fin llegamos a La Samaritaine, y frente a la sede de Louis Viutton, estaba el restaurante Kong...en lo alto del edificio Kenzo. Desde el comedor, bajo un techo transparente, disfrutas de una vista impresionante de la ciudad mientras se hace de noche. Todo el local, diseñado por Philippe Starck, tiene inspiración japonesa, y hasta las sillas tienen impresas caras de japonesitos y japonesitas en los respaldos. De acuerdo, la comida no es de lo mejor, pero un montón de cosas compensan por eso, y el precio tampoco es tan caro, no fuera que luego, al pasar la factura, nos despidieran.
Además, para los fans: en la sexta y última temporada de Sex And The City, en ese restaurante es donde Carrie queda con la ex mujer de su novio ruso para conocerse.
Durante la cena me llamó llamó Javi para contarme lo fantástico que estuvo el concierto de Anthony and the Johnsons, en Madrid. Me hubiera muerto de envidia, si no fuera por estar yo también donde estaba, que no cuestión de quejarse, coñe.
Acabamos de cenar sobre las once, paseando para encontrar un taxi, mientras un montón de gente llenaba los bares, y las calles. Un miércoles...para esos que te dicen siempre que como en España no se vive en ningún sitio.
El jueves fue otra vez de reuniones, pero a la hora de la comida me pude escapar corriendo al centro Georges Pompidou, porque creía que en la tienda podría encontrar las revistas que me encargó JoseC. Yo me iba repitiendo que no me compraba nada, que no me compraba nada, hasta que entré y vi que en esos momentos se celebraba una retrospectiva de R.W. Fassbinder. Que es un director que me gusta mucho, y del que casi nunca te puedes comprar dvds. Así que volví al estudio sin comer, cargando los tochazos de revistas modernas ( el Purple y el Self Service), y con el catálogo y un par de cajas de dvds con ocho pelis del director. Algunas ya las había visto: La Ansiedad de Veronika Voss, o Las Amargas Lágrimas de Petra Von Kant ( que es una peli súper travesti), pero otras ni las conocía, como La Tercera Generación, o Todos Se Llamán Alí.También tenían edciones de sus obras de teatro, algunas convertidas en guiones, como El Miedo Devora el Alma, y El Amor Es Más Frío Que La Muerte.Y muchísimas más cosas que me quedé con ganas de comprar, pero es que esa tienda es un tentación toda ella. Me encantan todas las exposiciones que hacen siempre en ese museo, me compraría todos los catálogos, y soy súper fan del mimo que tiene los franceses con la cultura. Qué coño, soy súperfan de todo lo francés, que me gusta hasta el genoma (se ve cada cosa por la calle...)
Para colmo, ese día y el siguiente íbamos a disfutar de un sol de justicia y temperaturas de 35 grados,así que acabé lvolviendo entre jadeos y sudores, y muertito de hambre. Menos mal que esto del refrigerio con champán lo volvieron a hacer. Estuve charlando con el supervisor francés de la animación, y como habla fatal el inglés, empecé a chapurrear el poco francés que hablo. Justo lo que no quería; todo el mundo, que andaba por el estudio hablando de sus cosas, se fue quedando callado, y cuando, por el silencio, lebanté al cabeza, me estaban mirando muy aliviados: hablas francés!!! Por mucho que lo negase, ya se habían dado cuenta del chollo, y ahora ya estaban malacostumbrados. Al final de la tarde, me explotaba la cabeza.
Al salir tuvimos un rato los tres para irnos a comprar ropa e segunda mano al barrio del Marais, y me compré una sudadera de chándal con cremallera, que es algo imprescindible en el ocho y medio, por diez euritos.
De allí nos fuimos a un pueblo cercano a París, a cenar con Juanjo y Anthia. Juanjo me estuvo enseñando las páginas que está acabando del nuevo cómic de Blacksad, y yo le estuve preguntando todo el rato sobre el proceso, cómo empezaba, cómo entintaba, fechas de entrega, y cosas así. Tanto, tanto, que al final me preguntó si me pensaba dedicar. Viendo el estudio en el último piso de la casa, con vistas a los árboles del jardín, y la independencia de su trabajo, sin estar pendiente de cerrar presupuestos, n cosas de esas, pues le dije que ganas me venían...
La cena estuvo muy divertida; Anthia preparó pollo al curry extra picante, vinieron Mathieu y Sylvie, del estudio, y sacaron muchas botellas de champán (otra vez). Después de acabar con todo ( repetí varias veces, recuerda que no había comido, nos trasladamos al salón, y contamos anécdotas de cuando Anthia y yo coincidíamos en Madrid, miramos libros de ilustradores americanos de todo el siglo XX. Y ya nos fuimos de allí a la una , que ya me caía de sueño, con tanto hablar en francés macarrónico, en inglés, de aguantar el calor tropical, de las copas de champán, y de tanto jaleo.
El viernes las temperaturas subieron todavía más, y encima tuvimos que arrastrar las maletas todo el día, porque no tomábamos le avión hasta las ocho, y la consigna del hotel básicamente era...nada, así que mal rollo, nos las llevamos encima. Yo pensaba que me moría. Además, como en Barcelona, es imposible encontrar taxis, y acabamos visitando dos estudios más a golpe de metro. Qué agotamiento.
Por lo menos conocí gente nueva, que siempre viene bien hacer cpontactos, porque al meenos te queda que si ni hubiera trabajo en Madrid, siempre te puedes mudar a algún otro sitio un añito y pico, o algo. Me dijeron que Sylvain Chomet, el director de Las Trillizas de Belleville ( una peli de animación 2D muy original), ha abierto un estudio en Edimburgo, y que como dentro de un año, puede que empiece la animación de su nueva película, basada en un guión de Jacques Tati que nunca se llegó a rodar. Sería chulísimo, pasar un tiempecito en Escocia, y trabajando para un director tan personal. Ya veremos
Como a las cinco de la tarde comimos en una brasería de Les Halles. Yo me zampé una ensalada gigante con rosbif sobre tostada. A la vuelta me pesé, y a pesar de haber comido como Dios en el sitio donde mejor se come del mundo, había perdido dos kilos en tres días, de tanto trote.
Al acabar, nos subimos en un RER destino al aeropuerto, porque siendo viernes tarde, arriesgarse a un atasco en taxi era mucho. La temperatura era de lipotimia, en el tren. Así que embarcamos sudados, agotados, y yo con la sensación de haber estado tres días charlando sin parar. Que con el palique que yo tengo, para sentirme así tiene que haber sido mucho. En el aeropuerto todavía tuve tiempo de pillarme el último de Fréderic Beidbeger, L´ Egoïste Romantique. Voy a intentar leérmelo en francés, con esto de la inmersión lingüística, a ver qué tal.
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