Por favor, que se acabe la temporada de cenas
Pues eso, que parece que no acabamos de quedar a cenar, con esto de las vacaciones, los reyes, y demás ocasiones. Como cada año, mi amigo David ha pasado el final de las fiestas en Madrid, con Pastora, y como cada año quedamos para cenar el día 5 por la noche. Pensando en una conversación amena, y en un ajuste infalible de personalidades, invité a Javi a que viniera. Elegimos el restaurante El Viejo León, un francés de nivelón.
Cenamos todo a base de foie, crepes de espinacas, ensaladas de queso de cabra... de segundos, Pastora y Javi pidieron tartars de añojo y de pato, y David y yo entrecots de foie, una bomba de colesterol, directa de la boca a la arteria...pero qué muerte más dulce. Nos costó una pasta, pero mereció mucho la pena. El local es pequeñísimo, como si hubieran acondicionado el salón de la casa de alguien con unas cuantas mesas. estaba decorado como un burdel de los que le gustaban a Proust.
Lo más gracioso es que era tan pequeñito, y nosotros gritamos tanto hablando, que en cuanto empezamos a hablar el resto de la clientela, consistente en su mayoría de ancianos con estolas y ancianas con pajarita ( o al revés?) se calló para escuchar mejor. Hablamos de sexo, de series de televisión que hablan de sexo, de cotilleos, de sexo, de libros, de relaciones de amor, de relaciones de sexo... y muchísimo de cine. Además, bebimos un vino delicioso, así que la cena salió redonda.
Después de los postres, David, Pastora y yo nos intercambiamos regalos: ella me regaló una antología de flamenco cantada por Carmen Linares, David la biografía de Jaime Gil de Biedma ( que es un poeta que me encanta, y eso que no soporto la poesía; pero éste es impresioannte, y habla de sentimientos que he experimentado muchas veces; es incomprensible que haya sido el tío de Esperanza Aguirre) Yo le regalé a Pastora las obras completas de Dorothy Parker, que caben en un libro; a David ”La educación de Henry Adams”, de Henry Adams, porque ahora anda muy metido en la política americana, y a Javi uno de Alan Hollinghurst, La estrella de la Guarda.
Salimos del restaurante achispados, ahítos y con coloretes. Acabamos la noche muy divertidos, tomando una copa en el Oui, donde pinchaban musicón Ruth y Gerard.
El jueves, día de Reyes, me dediqué a perezear casi todo el día; por la tarde trabajé un poco, en casa, y luego me marché a ver Alejandro Magno, que no me entusiasmó, pero me gustó más de lo que esperaba. Lo mejor, Angelina Jolie en el papel de madre maś joven que el hijo; lo peor, Colin Farrell. Vale que en las batallas luce mucho, pero digo yo que Alejandro, para conquistar medio mundo, debería transmitir un aire de inteligencia; y ése cacho carne parecía un portero de discoteca con peluca. Al salir, pasamos un rato por el Oui ( again), que pinchaba Roberta. Acabamos todos los amigos bailando en la cabina, con ella poniendo las canciones que queríamos.
El viernes empecé el día con muy pocas ganas de trabajar, y lo acabé con muchas, porque nos han encargado una pequeña sección animada para una película de imagen real, de las de miedo de Fantastic Factory. Es aquélla donde sale Calixta Flockhart, que mientras la rodaban, en Barcelona, ella y Harrison Ford se peleaban en pleno Paseo de Gracia.
El caso es que tenemos que hacerlo a la vez que la plei, durante este mes, y es muy divertido cambiar por unos días los personajes de la peli en la que estoy trabajando, después de casi un año con ellos, y hacer un tipo de animación diferente, más contenida y un poco más realista.
De la peli no tengo ni idea, porque sólo nos han mandado el trozo donde está incluída la animación; pero la fotografía es muy bonita, tiene buena factura.
Al salir quedé con Javi y con Gerard, y me fui un rato de rebajas; vamos, en realidad salí directo al outlet de Gallery, en la calle Piamonte, al lado de mi clase de yoga, y me agencié un jersey y unos zapatos, a un precio como 375% menos de lo que valían; es lo que tiene las rebajas de las supermarcas, que son tremendas, y unos zapatos de Prada te salen como de Camper. Después me pasé por un starbucks, que estoy enganchado al tirito de expresso que te meten ( desde que visité Sicilia, soy un yonki de la cafeína), y a casa.
Por la noche había quedado con Ulía para ir al cine, pero nos dio pereza, al final, y después de un beauty sleep en el sofá, que me quedó un poco largo, salí para el ocho y medio un rato. Allí estaba todo el mundo que tiene un fotolog en Madrid, menos JoseC, claro.
Sin quererlo, me he dado cuente de que estoy súperafavor de salir después de un buen sueño, como echarte a las once, te levantas a la 1.30, te duchas y sales, fresquito. Tú con la cara tersa y sonrosada, y todo quisqui degollado a tu alrededor. Estaba como muy relajado, todo el rato de charleta con la gente, con la copa en la mano sin apenas probarla; y cuando me cansé, a casita, a seguir durmiendo.
El sábado continué las rebajas. Me metí en H&M y Zara Home, para compensar el marquismo del día anterior, y salí con bolsas como balones de playa de Nivea. Vi algunos de esos calzoncillos que se está comprando toda la comunidad gay de la ciudad. Seguro que ahora, cuando se enrollen, se van a quitar la ropa y van a llevar los mismos calzoncillos; y cuando se vistan, se va a ir cada uno a su casa con los del otro; lo que no deja de ser romántico.
Como con las bolsas no entraba por la puerta del metro, tomé un taxi. Yo iba sentado en el techo, y le gritaba desde allí al dirección al taxista, que conducía con la cabina llena de compras.
Por la tarde quedé con David, Pastora y Jaime, Mayte y Aser y nos fuimos al Molar, a ver la casa de Ana y Carlos. Todavía no está amueblada, pero tiene un patio que promete barbacoas de lujo en verano. Nos juntamos bebiendo vino ( porque muebles no tendrán, pero vasos y vino sí), y charlamos de pisos, precios, muebles y decoración. Una conversación de las que hace unos años juré que nunca tendría. También hablamos de la termomix; me explicaron los milagros que hace, y que las de verdad -es decir, no las de teletienda- funcionan, y son un escándalo. Valen como 800 euros, pero yo quiero una!!!
Después nos fuimos a cenar a unos restaurantes que hay en cuevas, allí, en la montaña. Estábamos muertos de hambre, y devoramos enseguida todo lo que nos trajeron: chorizos, morcillas, ensaladas, y unos chuletones que tuvieron que servir entre cuatro, de lo que pesaban. Cuánto sacrificio, con tanta cena y tanta risa...
Después de cenar, bajamos a San Sebastián de los Reyes, a un café mega-hippy- new age, todo lleno de colores y consignas de amor e imaginación. Los dueños tenían pinta de ser súper buenas personas.
Ana estaba muy graciosa diciendo que iba a salir en el diario de V., porque lo ha descubierto hace poco, y lo lee. Y yo le decía que vaya tontería, que me conoce desde hace montones de años, y lo que hacemos desde siempre ahora la hace gracia verlo escrito. Qué cosa, el internet.
Cuando llegué a Madrid, a pesar de los mensajes que me tentaban a pasarme por el coppelia, decidí meterme en la cama, porque hacía mucho frío, y yo, con la barriga llena y todo el día a cuestas, me moría de sueño.
Y nada, el domingo a ver a mi prima a Manzanares, que me he pasado el finde fuera de la ciudad, casi. Mientras esperaba el bus he estado charlando como una hora con Nacho. Hemos comentado un artículo que venía en el País Semanal sobre los musicales; claro, hemos hablado del engendro que unos planean montar con sus canciones sin que ellos tengan nada que ver. Debe ser súperinteresante ver un musical sobre alguien que quiere ser un bote de colón, tiene un novio que es zombi, y le encierran sus electrodomésticos en casa. Menos mal que no le importa nada lo que le digan...
Como hacía mucho que no nos veíamos, mi prima y su familia lo ha celebrado con una mega paella, como colofón de las fiestas de la grasa. Al menos, fuera de estas ocasiones, mantengo al dieta a rajatabla, porque si no el jueves mi dietista me sienta en el potro y me hace la pasión de cristo.
El final del domingo ha sido agradable, volviendo en el autobús, con el cielo naranja del crepúculo, viendo el pantano liso como una tabla, con los pájaros posados en la superfície, la música de Rufus Wainwright en el ipod y el skyline de Madrid, tan anodino como el de Londres, y la ciudad debajo, tan intensa; la de cosas que nos pasan allí, los jaleos que tenemos, las vidas que llevamos, las personas de las que nos enamoramos, las equivocaciones que cometemos, las dudas, las ambiciones, los miedos y las risas... en unos cuantos kilómetros cuadrados, plantados en medio de una llanura brumosa al atardecer, con torres, lucecitas y dos edificios inclinados que parecen a punto de caerse.
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