martes, septiembre 07, 2004

Córcega( y III): recopilación con dos semanas de retraso

Cuando vuelves de vacaciones y te encuentras con un montón de
trabajo, te arremangas, pones manos a la obra, y dices que ya
actualizarás cuando puedas. Si pasan las semanas y el apretón
de trabajo no afloja, te dices que como no actualices ya
cierras el diario, porque te sientes ridículo hablando del
final de las vacaciones cuando hace ya más de quince dí­as de
eso, y te han pasado un montón de cosas más.

Por suerte, en ratos muertos en los aeropuertos escribí­ a mano
algunas impresiones de los últimos dí­as en Córcega, de las que
tiro ahora.
El miércoles de esa remota semana, tomamos un barco para hacer
una excursión a la reserva natural de Scandola. El bote era un
a especie de autobús marino, a rebosar de gente, que se movían
en bloque de una lado al otro, conforme la voz mecánica del
guía iba desgranando por enésima vez para él las maravillas de
la naturaleza: à  gauche...à  droite... y todos con las cámaras
en ristre. Algunos sólo vieron las cosas a través del visor,
lo juro.
Yo me parapeté detrás de una s gafas de sol y del ipod. La
sensación de navegar con banda sonora es fantástica, y te
permite aislarte un poco del bullicio que te rodea, a menos
que vuelvas loca y te tres al agua, claro.
Paramos a comer en el pueblo de Girolata. Antes de amarrar, el
guí­a nos explicó que es un pueblo sóloa ccesible por mar; que
durante el año sólo viven 7 personas( en verano para todo
cristo a comer de 12 a 3), y que hace un año el cartero- que
recorre 7 kilómetros de camino de montaña y vuelve- se jubiló.
El puesto se queda vacante, y no encontraron sustituto, así­
que el pobre se ofreció para retomar su cargo. Si te apetece
pasarte unos añitos aislado del mundo y haciendo piernas, y ya sabes.

Comimos en un restaurante sobre un promontorio, mirando al
mar. El menú corso consistí­a en pastel de cebolla y ragú de
jabalí­ ( allí­ hay mogollón). De postre, helado...
( aquÃí, mientras escribÃía esto en el avión de vuelta,
pasamos por encima del Montblanc, en los Alpes. Era
impresionante, toda la cima llena de nubes)
...y en esto
que apareció el cartero famoso. Yo dije que estaba preparado
para los turistas, y me volvieron a dar un coscorrón, como en
Bonifaccio. El susodicho, desde luego, tení­a pinta de haber
triscado los 7 km. Pero tampoco parecía que le costara mucho,
aún pasada la edad de jubilarse. La pinta que tiene es como si
Papá Noel acabara de salir de un bar de osos: cabeza rapada,
cejas blancas y muy pobladas, camisa de cuadros ceñida y muy
sudada ( que s e cambió delante de todos, puaj!), y pantalón
corto, y botas. Qué fuerte, el cartero....
Después de comer, vuelta al barco con la barriga llena, y
final de la vista, a las 6 de la tarde.

Después de tanto trote, y considerando que tanto
Helena como yo estábamos embarazadas (
se confirma la cifra, he ganado más de 2 kilos durante el mes
de agosto)
, decidimos relajarnos, y no hacer muchas
cosas. AsÃí que del jueves al sábado nos dedicamos a bajar a la
playa, a comer, a siestear, a bajar a la ciudad, a ver
mercadillos, a comer,... me compré en Vanity Fair de
septiembre, que vine con unas fotos de atletas olí­mpicos, por
Bruce Weber, que te mueres. Yo soy más fan de
Ian Thorpe, pero hay unas de Michael Phelps
con una camiseta de Los Ramones que son un
escándalo!!

El sábado por la noche fuimos a una barbacoa, que organizaba
un amigo corso de Maribel; nuestro hombre en
la isla. Tiene una casa con jardín que acaba en el mar, y allí­
nos juntó a todos los invitados. Habí­a un militar corso ya
entrado en años que se emborrachó enseguida, se puso a cantar
canciones de Julio Iglesias y a descorchar
botellas de champán con una daga marroquí­, golpeando la hoja
contra el cuello de la botella, hasta que el calor la
reventaba. Nunca lo había visto hacer, y el espectacular. Era
la primera vez que estaba en una barbacoa con champán, y
claro, entré en modo AbFab, emborrachándome
de la manera más tonta y hablando francés con una voz nasal de
lo más sospechosa.

El domingo tomé el ferry de vuelta a Niza, desde donde tomaba
el avión, al dí­a siguiente. Todos los demás se quedaron, menos
Franck, que voló a Qatar el viernes. En el
camino al puerto, comentaba con Edu la
sensación de nostalgia que provoca siempre el final de las
vacaciones, aunque hayan sido tan cortas. Pasamos por las
calles por donde paseábamos hacía un par de dí­as, y parecÃía
que te dejabas un trozo de tu vida. Debe ser porque cambias de
experiencias bruscamente durante un tiempo corto, y los
recuerdos se vuelven muy intensos, digo yo.
Viendo pasar la isla desde el ferry, volvía a tener esa
melancolía del final del verano: en aquella cala comíamos,
estoy pasando frente al apartamento, la reserva de Scandola,
aquel día en barco...
Para agravar el estado de ánimo, me acabé el libro de
Gore Vidal, que termina el señor poniéndose
sentimental, algo que nunca había leído en él. Y me empecé los
diarios de los últimos años de vida de Derek
Jarman
, desde el 91 al 94, cuando murió de SIDA.
Ideal para el fin de las vacaciones. El libro se llama
Smiling in Slow Motion, y es muy recomendable. Está
llenito de sentido del humor, como cuando comenta que él hacía
sus pelí­culas pensando en el ARTE ELEVADO, y se temÃa que lo
que su público querí­a era oí­r a Gloria
Gaynor
! Hay muchos pasajes atacando la postura sumisa
de Ian McKellen ( ahora el súper famoso
Gandalf), que pretendía reivindicar la causa homosexual desde
posiciones más sometidas al sistema que la reprimía (
aceptando el tí­tulo de sir, y cosas así­.) Es lo mismo que
cuando los gays critican a la gente que se trasviste en el
Orgullo, porque así nunca les van a dejar adoptar. Reivindican
la normalidad como la entienden "los otros" ( y como
si la normalidad existiera). El trasfondo implí­cito supongo
que es que parece más digna una persona vestida de traje que
con peluca. En un momento, Jarman dice: menos mal que no soy
gay, sino marica ( queer).
Pero lo más emocionante de sus diarios son esos dÃías dedicados
por entero a describir cómo florecen sus plantas en el jardí­n
al que se retiró al saber que iba a morir. Cómo cuenta el paso
de las estaciones, los colores ( con sus nombres: amarillo de
Nápoles, rojo veneciano...me encantan los nombres de los
colores) de las flores...es precioso, tí­a.

(Releyendo ésto, escrito en el avión de vuelta, me temo
que acabé mis vacaciones con un acceso intolerable de
cursilería)


Volviendo al tiempo presente, la vuelta de vacaciones fue de
inmersión brutal: el primer dí­a ya me tocó trabajar toda la
noche y el día siguiente seguidos, y a los pocos días, reunió para aumentar la producción. No he podido ni permitirme el
lujo de la depre postvacacional. Lo mejor, el reencuentro con
mi gato Pancho, que echaba de menos sus
achuchones y las charlas que le pego con todos mis jaleos, que
siempre me los escucha.
Pero bueno, todo eso, y los ratos con los amiguetes después
de las vacaciones, y la primera sesión de
Roberta después del verano, y la escapada a
Valladolid ( hasta donde llegan los 6 grados, que lo comprobé...) pues lo
contaré en otro momento, que este ya me ha quedado bastante largo. Pero pronto