martes, mayo 16, 2006

Todo el mundo parece muy majo, hasta que se convierte en un hijoputa

El miércoles, pasada la medianoche, llegué a Barcelona, como cada mes a pasar unos días trabajando con los directores. El jueves se presentaba intenso. Teníamos videoconferencia con la empresa que está haciendo la animación 3D para la película. El nivel del trabajo está dejando bastante que desear, sobre todo por problemas de comunicación, y estando ellos en Galicia y yo en Madrid, intentar corregirlo es como jugar a la PSP a 600 kilómetros de distancia. Le pedí al productor que me mandara allí unos días, que era lo más rápido, que dibujar o explicar conceptos artísticos en persona es lo más claro y efectivo, pero que no, que no hay dinero, y que lo arregle todo con emails, escanenado dibujos y usando la videoconferencia. Todo eso se ha traducido en trabajo extra, como si no estuviera ya bastante cargado.
Así que el jueves me encerré en la sala de videoconferencias cargado de papeles, pizarra veleda, vídeos de correcciones, y estuve como tres horas parloteando sin parar con personas en la tele, como los fantasmas de poltergeist. Salí hecho polvo y afónico, peor creo que va a servir de algo. Espero, porque ya llevamos mucho retraso.
Precisamente de retraso estuvimos hablanado por la tarde. La empresa que está haciendo la composición de los planos, dando color a la animación, integrando con los fondos, rendeando el fotograma final… lleva un déficit tan grande que si sigue así nos olvidamos de estrenar en navidades. El problema es que ellos sostienen que la causa no es su incapacidad, sino nosotros, que no le proporcionamos material. Para argumentarlo, han usado todas las mentiras que se les han ido ocurriendo, hasta entrar en el terreno personal, acusando a el ayudante de dirección, que se pasa unas diez horas cada día con ellos, y que podía rebatir cada afirmación. Pero como si nada, amenazan con demandarnos, y ahora cada comentario debe anotarse por escrito, debe quedar constancia por email, hay un jaleo de abogados, y como nos metamos en juicios la peli no se estrena ni en navidad ni en tres años… No es un tema de mi incumbencia, pero estamos todos un poco sombríos, porque si no entran en razón puede ser todo un incordio. Además, tienen cerca del 60% de las escenas en papel dentro de su estudio, para escanearlas, así que si se vuelven locos nos secuestran la película.
Así están las cosas, y el viernes a media mañana nos fuimos a otro estudio para ver si hay posibilidades de que nos echen una mano en la composición, porque los majaras del otro estudio fijo que no cumplen. La reunión fue muy cordial, los test que les mandamos quedaron bastante bien, y cuando salimos estábamos bastante animados. Yo comenté a Víctor y Adri ( los directores), y a Alfredo, (el asistente de dirección) que parecían muy majos. Ellos me dijeron que todo el mundo parece muy majo hasta que se empieza a convertir en un hijoputa. Cruzo los dedos
El caso es que para celebrarlo nos fuimos los cuatro a la Barceloneta, a la terraza del Rey de la Gamba, y nos pedimos sangría, unas corquetas, una ensaladilla rusa, pulpo a al gallega y un arróz a banda que nos dejó tumbados. El sol, el olor del mar, el solecito, principio del fin de semana. Estábamos un poco achispados, y Víctor, al hacer un ademán, me tiró la copa de vino por encima de mi jersey nuevo. Casi me dio un síncope, y si no llego a estar borracho y con un ataque de risa tonta lo hubiera estrangulado, porque es la segunda vez que me mancha un jersey con su puñetera torpeza. Menos mal que esa tarde, en casa, mi madre me lo dejó nuevo, frotando en el lavabo, y yo detrás, mordiéndome las uñas por encima de su hombro.
Me llamó Ernesto desde Valencia proponiéndome un fin de semana en su casa, y de paso nos íbamos a ver pinchar a Roberta y a Nacho. Menos mal que no había forma práctica de salir esa misma tarde, y RENFE tomó la decisión más sensata, porque sólo me faltaba eso, en estos días que llevo …

A la mañana siguiente, muy temprano, fui con mis padres y mi hermano a probarnos el chaqué que mi hermana insiste que llevemos en su boda. A mi como que me parece una carnavalada, pero en estos temas, y después de poner a toda mi familia en contra, pues mejor me callo. Eso sí, si me pongo un chaqué, me pongo lo más sobrio que pueda, nada de marichaladas.
Que es precisamente lo que quería el hortera de la tienda. Nada más entrar nos recibió vestido con una camisa negra y una corbata fucsia. Siempre desconfía de alguien que vaya vestido de mafioso, y más is combina con fucsia ( y no sea La Prohibida). Insistía en que se debía llevar todo ancho- cuando, para mi alegría, ya me quedan divinas tallas menores que las de mi hermano, el deportista de la familia-, y luego quería unas combinaciones de colores tremendas, como chalecos champán y corbatas chillonas. Digo yo que la imagen preconcebida del marica artista sería que descargara su ansia incontenible de autoexpresión en una corbata fosforito, o algo así. Por eso, cuando yo insití, (después de pelearme por mantener unas tallas que no me conviritieran en Camilo José Cela recibiendo el Nobel) en un chaleco negro, pues gran drama en la tienda. Se supone que eso es de luto, según un código que todo el mundo conoce desde que nace. Yo me defendía insisitiendo en criterios estéticos, que yo quería ir de blanco y negro, que no me ponía un chaleco de colorines, coño, y que como, que yo supiera, no se casaba en el Palacio Real rodeada de diplomáticos aristócratas ( aunque eso es lo que le gusta imaginarse a todos los que se casan por la iglesia), ni Dios se iba a dar cuenta de que vestía de luto. Además, qué total, a la boda de luto. Ni Tim Burton.
El mafioso sostenía que uno mismo nunca es un buen juez de su propia apariencia, si no la gente no tendría asesores de imagen. Yo le contesté que lo que le pasa a la mayoría de la gente es que no sabe lo que quiere, y así salen de allí, vestidos de esmoquin negro y corbatas fucsia…Bueno, eso último no lo dije porque veía a mi madre sentada, fulminándome con la mirada que pone cuando me paso de arrogante.
En la corbata ya me dieron por imposible, y me dejaron solo para que eligiera la que quería. Como no me dejaron ponérmela negra ( ¡¡¡Tip y Coll!!!, mascullaba Don Corleone) elegí la menos horrorosa que no coincidiera con algún otro inivitado, y me quedé con una color oro viejo de tintes verdoso, sabiendo que de aquí a la boda ya me habría comprado una yo que me gustara.

Y eso que el señor de la tienda, al principio, también parecía muy majo…