Ficción y realidad
Este finde he visto dos pelis que me han encantado. Las dos son americanas, las dos tienen directores famosos y las dos tienen títulos de dos palabras muy eufónicos:Kill Bill, y Big Fish. La primera es una gozada de palomitas y subidones de adrenalina. Me entusiasman las malas tremendas, con esos piques por los motes más molones, y el aire todo como de dibujo animado manga. Mi personaje favorito era la japonesa colegiala asesina, seguido muy de cerca por Daryl Hannah, que espero que salga más en la segunda, y tengan una lucha como de 30 minutos. Cuando acabó dije ¿ya?, y me hubiera tragado perfectamente la segunda parte sin moverme de la butaca. Y eso que a mí Tarantino no me vuelve loco. Debe ser que como en ésta no hay sobrecarga de diálogos supuestamente divertidos para frikis, ni se apuntan todos a la vez con pistolas, pues mola.
Big Fish es una película preciosa, sobre la relación entre un padre y un hijo, y de como la ficción nos ayuda a comprender mejor la vida, que viene sin libro de instrucciones.
Tampoco parece la típica peli de Tim Burton, porque está rodada en exteriores, no salen espirales por todas partes, y apenas cosas con rayas blancas y negras. Además, tiene toques de humor adulto, cosa rara de ver en las pelis de T.B. No es que las cosas más personales suyas no me gusten, es que me hace gracia que no salgan en ésta. Al final lloré como una madalena, cosa que hizo que disfrutara todavía más, claro.
Desgraciadamente, la ficción no siempre te ayuda a no cagarla en la vida, de hecho, demasiadas veces te confunde y te complica, sobre todo si eres una dramacuín. En esos casos echas mano de la gente a la que quieres, esperando su ayuda en la realidad. Por eso me he pasado el finde hablando. Hablando con Alina, con Ulía, con Nacho, con Mario y con Edu. Los necesito tanto como a mis libros, mis películas y mis canciones. Y les quiero más.
Aunque la siga jodiendo a veces.
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